viernes, 15 de abril de 2016

                                                Crónica de una Fiesta Inolvidable

Mi amigo Tato había decidido casarse.
Jamás pensé que eso fuera posible, aunque era un tipo fiel, amoroso y llevaba varios años en pareja.
Vino a decírmelo con bastante anticipación, ya que harían una gran fiesta en la ciudad de la costa en la que viven. Alli´construyeron un complejo de cabañas bellísimo que se transformó en su fuente de trabajo y en su hogar.
Ambos, pero sobre todo él, fueron muy rigurosos con la lista de invitados. Deseaban que el día de su casamiento estuvieran solamente aquellas personas a las que las uníoa un lazo afectivo, personas que por algún motivo tuvieran un lugar importante para la pareja.
Esperé con mucha alegría y gran ansiedad que llegara el día. (además nuestras hijas eran pequeñas y no abundaban las oportunidades para salir solos con mi marido.) Viajamos un día antes con mi madre que haría de niñera para la ocasión.
Fue un día de noviembre radiante. El cielo estaba completamente azul y la temperatura era muy agradable.
Teníamos que ser puntuales. A las 12 la ceremonia civil se realizaba en el salón del complejo de cabañas (su morada).
Llegó el momento. Nos dirigimos al lugar.
A partir de allí, todo lo que siguió fue increíblemente bello, onírico, cinematográfico…
Al llegar nos recibían los novios, emocionados y hermosos.
Mi amigo Tato abrazaba íntimamente y decía unas palabras al oído a cada uno de sus invitados, los que nos fuimos ubicando en algún sitio del salón desde el que se pudiera apreciar bien la ceremonia. Esta tuvo, además de las palabras de la jueza, algunas de los novios, que nos emocionaron profundamente, ya que revelaban el amor, la admiración y el compromiso recíproco, a la vez que el encantamiento conservado luego de varios años de convivencia.
Los presentes nos mirábamos unos a otros sonrientes, cómplices, emocionados. Llorábamos y sentíamos una intensa conexión que tejía sinceramente los mejores deseos para esta pareja.
Los colores, la música, la comida eran exquisitos.
Los invitados nos íbamos encontrando y descubríamos a cual de las historias conocidas a través de nuestros amigos se correspondía “esa cara”.
No hubo-como suele haber en algunas fiestas actuales- lugares asignados, ni tiempos estrictos, ni sutiles mandatos de ninguna especie. Todos nos sentíamos totalmente libres.
Algunos amigos de la pareja narraron hermosos cuentos de amor, otros cantaron, otros reconstruyeron la historira de la relación entre los novios.
Las horas pasaban. Comíamos, bailábamos, hablábamos, bebíamos.
Llorábamos. Nos reíamos.
En ese hermoso clima comenzó a caer el sol. Hicimos una pausa de unas horas y continuamos celebrando esa noche. Nadie quería que aquella fiesta concluyera….
Ya de madrugada nos fuimos algunos. Otros se quedaron. Durmieron allí y desayunaron juntos.
A la tarde de ese día Tato y Osvaldo se iban a continuar su fiesta en la luna de miel. Los invitados los fuimos a despedir colmados de felicidad y advertidos del privilegio del que estábamos gozando por ser partícipes de tan maravilloso evento.

   

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