Jony
y Caperucita
Mientras ella le daba un mate en la cama, él le preguntó:
“¿Dónde me dijiste que viste el libro Negri? Si me alcanza la guita voy
hoy…” Ella, a quien enternecía ese hobby
tan singular que él tenía respondió: “es al lado del lavadero. Si me llevás, lo
comprás ahora. Ya tengo la guita”.
Él dio un salto de la cama, se puso de pie, levantó los 2 brazos con los puños cerrados.
Le dio un beso. A ambos les daba mucha alegría cada vez que compraban un libro
para la colección. El experimentaba una sensación de ansiedad muy intensa que
lo llevaba a hacer todo para encontrarse con su objeto lo antes posible. Y
después, cuando lo tenía entre sus manos sentía esa satisfacción que dura
mientras se lee, para luego dar lugar al
surgimiento de la necesidad de encontrar otro. Así le pasó desde que compró el
segundo. El primero se lo había regalado Zulema. Era lógico, con ella había
comenzado todo…
A la Negri le contó sobre esto en la misma noche que le
habló de amor. La invitó a su modesta casa. Ella encontró los libros y le
preguntó.
Allí por primera vez él puso en palabras algo que había
armado interiormente, pero que jamás había hilvanado. Se le fue esclareciendo mientras
se lo iba contando, mirándola a los ojos,
atrapado amorosamente por la mirada de ella, que era lo que le daba más
dulzura a su relato:
“Tuve una infancia dura. Un pibe aguanta hasta que aguanta.
Y empezas: primero contenés las lagrímas, después apretás los dientes, después te empezás a
esconder en algún lugar de la casa (que igual no son muchos) a donde te parece
que no llegan los gritos, pero llegan a todos lados.
Un día, yo tendría 7 años, cuando la cosa no daba para más,
me fui corriendo. Entré en lo de Zulema,
la vieja que tenía el comedor en la otra cuadra. La vieja parecía que siempre
tenía cara de enojada, pero nos preparaba los guisos, y el mate cocido y le
ponía garra… Y la puerta estaba siempre abierta.
Entré. No me preguntó nada. Me
miró a los ojos y se habrá dado cuenta de que yo hacía fuerza para no llorar.
Me dio un vaso de agua y se quedó ahí sentada al lado mío. Yo miraba el piso.
Para mi que ella estaba nerviosa, pero disimulaba. Entonces fue a buscar un
libro. Y trae Caperucita Roja. Yo, que no sabía si estaba más triste o más
enojado por lo que me pasaba, la miré con odio y le dije que tenía 7 años, que
ese libro era para chiquitos y que además me lo sabía de memoria. Ella me dijo:
A que este no lo sabés! y empezó a inventar como otro cuento de Caperucita. Y
yo, que lo único que quería era olvidarme de lo que pasaba en mi casa la
escuché y hasta me reí. Un poco porque era gracioso y otro poco porque la vieja
le ponía tanta onda, que me daba lástima.
A partir de ahí, cada vez que yo
no me aguantaba en mi casa corría como un loco a lo de Zulema. Yo mismo le
traía el libro y ella contaba alguna payasada. Eso pasó muchas, muchas veces y
yo se lo agradezco tanto, porque si yo no la hubiera tenido a ella… no se.
Cuando tenía 16, Zulema ya había
cerrado el comedor y yo ya me las arreglaba mejor cuando pasaban esas cosas. Ya
me había agarrado un par de veces a trompadas con mi viejo. Un día le pedí el
libro. Para mi era como que era mío. Le dije que si me lo podía dar y a la
vieja que era dura, re dura se le llenaron los ojos de lágrimas y me lo dio. Y
también me dio uno que era de
Caperucita, pero no era el cuento que todos conocemos. Y me dijo que había visto que había muchas
versiones de Caperucita que había varias en la librería del Pelado y que cuando
las vio se acordó de mi. Y ahí fui y me compré otro.
Por eso ahora tengo 8 de Caperucita, pero son todos distintos”.
La Negri acarició cada uno de los
libros como si fueran de terciopelo. Después acarició las manos de Jony y se
las besó. Y aquella noche, ella se quedó y casi, no volvieron a hablar.
Luego de más de 3 años,
esa mañana, Jony llevó a la Negri al lavadero y entró a la librería de
al lado. Cuando le preguntaron “te puedo ayudar en algo?” respondió sonriendo
“me dijo mi novia que tenés “Caperucita Roja contado por el Lobo ”.
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