El Viaje
El sábado a la mañana muy temprano Alicia se preparó para
salir hacia la ciudad. Iría en tren. Necesitaba ese tiempo hasta llegar. Iba a
ver a su amiga, de quien se había distanciado hacía cuatro años. Durante ese
lapso sólo se vieron en el velatorio de Adolfo. Para Alicia fue muy importante
que su amiga estuviera allí a pesar de la distancia que sin dar motivos habían
decidido tomarse. Ahora la invitaba a su casa porque quería hablar con ella.
Necesitaba pensar, pensarse y sentirse profundamente antes
de ese encuentro.
Tomó su bolso, su cartera y su abrigo. Se fijó muy bien que
quedaran las ventanas trabadas, las luces apagadas y –sobre todo- la llave del
gas cerrada.
Mandó un mensaje de texto a su hija, recordándole que se
iba.
Sentía una sensación muy extraña que hacía años no
experimentaba. Si hubiera tenido que localizarla en el cuerpo, sería en el
estómago. No sabía si era algo totalmente agradable, era tan intenso que no
podía siquiera descifrarlo.
Caminó hasta la estación y se sentó a esperar, mientras
recibía el mensaje de su hija: “mamá pasala lindo. Te va a hacer bien
encontrarte con Lili. Mandale beso grande. Besos para vos.” Lo miró, sonrió y
lo guardó en el un bolsillo de la cartera con el propósito de no volver a ver
ni escuchar el celular.
Subió al tren y se sentó. En ese momento intencionalmente se
entregó a recordar todo lo que habían compartido con Lili. Una a una fueron
encadenándose las imágenes de la infancia: Ambas comiendo las moras que
cortaban del árbol de la vecina. ¿Cómo les podían gustar tanto?, las comían
calientes por el sol y jugaban a pintarse la boca pasándose el jugo por los
labios.
Las tardes a orillas
de la laguna cantando canciones que inventaban y mojándose los pies.
El día que murió la abuela de Lili y se escaparon corriendo para
no tener que verla muerta. Qué locura
llevar a una niña tan pequeña a ver el cadáver de su abuela en la propia casa
de la vieja, en el mismo lugar donde tomaba la merienda con ella! Que suerte
haber podido evitarlo.
Las noches en que se quedaban a dormir una en casa de la
otra y las madres chistaban varias veces para que hicieran silencio.
La noche en que al regreso del cumpleaños de 15 de Laura,
las dos habían besado por primera vez a un hombre. Ja! Un hombre! Eran dos
muchachitos de la misma edad que ellas. Cómo se rieron aquella noche!
Ese febrero en que fueron a la ciudad a buscar un
departamento para irse a estudiar. Fueron juntas a anotarse: Lili en Letras y ella en
Magisterio.
Los años que pasaron juntas. Su casamiento con Adolfo, el
nacimiento de Lucía…
Y las imágenes siguieron, hasta que eso que fluía se
interrumpió, lo detuvo un pensamiento: tal vez no haya estado jamás enamorada
de su marido, pero habían sido buenos compañeros, eran organizados, estaban de acuerdo respecto a la crianza de su hija. Habían vivido muy
buenos momentos... Por qué Lili nunca quiso entenderlo? Por qué no quería aceptar
que para ella había estado bien, que no quería ni necesitaba nada más?…En ese
momento rompió en llanto… Y aparecieron otras ideas, que no pudo detener…
sintió que eso de lo que Lili quería hablar era aquello que desde los dieciocho
años nunca quiso escuchar. Eso que siempre supo, pero nunca lo pudo pensar.
Hasta Adolfo se lo había dicho y ella se enojó
muchísimo. Pero entonces, con casi 60 años, comenzó a sentir que algo en
ella empezaba a ser diferente, que nada la demoró en la decisión de ese viaje
que estaba haciendo. Que desde que su amiga la llamó cada paso que dio fue
natural, inevitable…
Y ahora estaba allí, en ese tren, yendo al encuentro con su
amiga, con su historia y con su presente. Estaba extrañamente feliz, rumbo a lo
inexorable. Sentía una confianza en ella misma que desconocía.
Faltaban dos estaciones. Se quedó dormida unos minutos. Se
despertó. Sacó de su cartera el espejo y se retocó el maquillaje.
Bajó del tren y caminó algo ansiosa las dos cuadras que
separaban la estación de la casa de Lili.
Tomó aire y tocó el timbre con la certeza de que en ese
instante su vida comenzaba a cambiar para siempre….
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